CORAL ROTO, POEMA DE VICENT ANDRES ESTELLES (fragmento)



(…) Eres, tal vez, quien más quiero.
Lo he escrito y me he detenido. Quiero, en ti, la alegría
doméstica de vivir, el principio de un orden
que yo sé y no quiero decir; y ya no lo es tampoco.
Ah, todo es ya imposible, imposible del todo.
Lo sé y no puedo llorar, ni casi arrepentirme.
Miro sencillamente, miro y callo. Y recuerdo.
Quiero en ti lo que signifiques, clara,
con una vida esbelta, como una fuente de pie
donde el aire se puede lavar como me lavo yo el alma.
¡Tenme lástima, tenme una pobre, una triste,
una amorosa lástima! He llegado a lo más alto
de la vida; querría que tu recuerdo fuese
la paz, ahora ya sí. ¡Dios mío, que su recuerdo
ahora me de la paz, me signifique paz
y me deje tiernamente en este lugar donde estoy!
¡Ángeles que me quieren tanto que he llegado a sentirlos
agarrándome de pronto la muñeca cuando iba
a escribir cosas que no debía escribir!
¡No me dejéis! ¡No me dejéis! ¡Tú, Dios mío, y Tú,
Tú que me quieres fuerte y vencedor y claro,
no quiero que me mires ahora, que estoy, tal vez, caído:
me he de levantar, lo sé, y he de ser como querías
que fuese, como quieres, todavía! , día a día, que siga.
He de ser como Tú me quieres. He de ser como Tú quieres.
Me he detenido un momento. Me sudaba la mano.
La mano se pegaba, escribiendo, al papel.
No escribe ahora el vecino. Ahora se oye el sonido
del agua en el fregadero. No lo he dicho: estoy solo;
estoy solo en mi casa. Miro un momento los muebles;
he pasado una mano suavemente por la mesa;
he recordado que tengo, dentro de un cajón, en un sobre,
un puñado de papeles, las facturas de los muebles.
Las sillas, la mesa, la cama, el aparador,
una mesa pequeña para la cocina… Íbamos
poco a poco comprándolo, vacilando, calculando,
renunciando… ¿Recuerdas? Comenzaremos entonces
a ir renunciando, ahora esto, mañana aquello…
Debía de estar triste mientras lo voy recordando,
pero no lo estoy. Puntualmente, recuerdo,
lo considero, lo pienso. Fue, solamente, el principio.
¡Hemos renunciado, después, tantas veces,
a tantas, tantas cosas que eran nuestras, bien nuestras!
Era una lechería de Sant Vicent de fuera.
La lechera jugaba al parchís con el hijo;
nosotros nos besábamos brevemente en un rincón.
Dibujabas niños en un trozo de papel.
Yo quería un amor como el de Beatriz,
bajando al infierno para ver a Dante,
y pensaba columnas florentinas, delgadísimas,
terriblemente esbeltas, como las de Fra Angélico.
Me resistía a ver lo feo de las paredes,
el solar y las latas y los amantes y los gatos muertos.
A veces las cosas no pasan porque sí.
Hay cláusulas ocultas que van determinando,
que van haciendo y deshaciendo lo nuestro, y en cambio
no cuentan con nosotros, no nos exponen el asunto:
nos ignoran del todo. Es terrible, si se piensa.
No sé qué he querido decir. Me he tenido que ir
a la cocina a beber, y me he olvidado de todo.
Pero tal vez sea válido lo que he escrito como lo he escrito.
No, no: “se ha equivocado. Es el mil ochocientos cincuenta. Eso. De nada.”
A ti, que te ríes, te digo, y te pido que te rías,
que no dejes de reírte, si no quieres que yo me muera.
Recuerdo cómo te reías, y porque te reías te quería
y te recuerdo y no dejo ya de pensar en ti.
 ¡A ti que te ríes, a ti que querría tener
para siempre a mi lado, riéndote, porque ríes,
y ríes con toda el alma y ríes con el cuerpo,
y ríes, amor!, con toda tu juventud
y con la salud dorada de la naranja abierta
con los dedos, con las uñas, bárbaramente alegre!
¡Podría decir cómo eres desde la cabeza hasta los pies,
pero no quiero saber nada más que eso: que ríes,
y evocarte riéndote, y quererte riéndote,
y desearte que te rías solamente, solamente, solamente!
¡Tú no sabe, tú no sabes… Los largos pasadizos,
estrechos y sinuosos, las vueltas que se dan
a veces sobre la cama… Tú no sabes, tú no sabes!
Mira el cielo violeta, la muralla, las torres,
los almendros, las lomas rosadas, en carne viva
–el homenaje rendido, mentalmente y fugaz,
a Muñoz Degrain, sin convicción,
por cierto cuadro que hay, según se entra a la izquierda…-,
pero, antes, el gran fuego, la soledad y el fuego,
viendo por la ventana, y entre la arboleda, el río,
la ilustre extensión de los edificios, el orden,
y más allá las viñas, algún pueblo, algún humo
suave y amorosísimo, y ahora esto, y este frío,
un frío inverosímil, y en medio de todo, no sé,
una ternura oculta, una cierta tristeza,
como si ya no pudiera volver otra vez,
como si esta vez fuese la última ya,
como si ya debiera decir adiós y fuese tarde,
como si tuviese vergüenza, también, de decir adiós,
o de parecer retórico. Y el adiós, como un hueso,
un hueso pequeño, creciera brutalmente en la garganta.
Ya sabes que ha llegado la hora de ir diciendo adiós,
de ir ya recortando, perfilando, concretando
la esperanza. Un asunto bien triste y necesario.
Hay que despedirse, con afecto, con tristeza,
de aquello, de aquellas cosas que se han querido más,
ilusión que ya no se puede realizar,
porque es tarde, es ya tarde, absolutamente tarde…
Ir, ya, reduciendo, limitando los afanes,
la ilusión en una única cosa…
Adiós, adiós, adiós. No es que mueran las cosas;
tampoco es que se desvanezcan. Es un, es un. Es un…