CERO




Podrías llamarte Teresa o Ana y ser capaz de imitar el zumbido de las abejas mientras resistes la perpendicularidad del sol de agosto. Construir un mundo uniforme con palillos y billetes de avión, dedicando hora tras hora a esperar la oscuridad mientras los bolsillos quizá brillen trayendo propuestas y alfabetos.

Si te llamo Begoña o Mariluz los días se suceden ordenadamente y yo quiero darte un poco de mi miedo, compartirlo como el alimento último. Quiero sucumbir bajo tus zapatos en un intento desesperado.

Podrías llamarte Isabel, Luisa, Marta y hablarme, tras la siega constante, con tu media sonrisa. Recordarme que ha llovido todo el día, que de todo lo que ocurre sólo importa lo que importa, que te gustan las manzanas rojas y limpias, que cuando digo viernes te hago pensar en una luna muy fina, y que ya es ahora.

Si te llamo Ángela serás para siempre una pajarita de papel charol.


LA FELICIDAD DE LAS MÁQUINAS




   Todo es mentira. Soy mentira yo mismo, que me yergo a caballo en un naipe de broma (…)
                                                                                                                V. ALEIXANDRE


Declararse límite y esperar que el aire no sea duro.

Preguntarse
cuánto de luz hay en nuestra imagen si me asomo al azul y sus picos, si la delicia es la tierra seca y su nombre escrito.

Hay gestos que acercan a mi boca la crin de los caballos, que son peces o el recuerdo indefinido de una estela blanca. Que a veces significan la belleza del pan, de las señales de tráfico, lo adecuado de enseñar a los niños el proceso que resuelve una raíz cuadrada. Pero.

Sé que hablo sólo para mí
por eso digo
que vamos a quedarnos solos,
dueños, sin embargo, de la perfección quieta de los mapas.